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Un filtro de emociones

¿Por qué te interesó la fotografía? ¿Cuánto tiempo llevas con ella?
¿Cómo es tu relación hoy en día?

Si nunca te lo preguntaste, quizás podrías hacerlo ahora. Con el
tiempo y las vivencias, evolucionamos, y con ella nuestra forma de
administrar nuestras emociones, de mirar y vivir.
Pondremos una vivencia sobre el papel, para quizás así, intentar dar
respuesta a estas preguntas.
Un día, algo de luz te detiene. No sabes por qué, pero esa escena que
ves te crea una inquietud, una nueva curiosidad que pide ser
investigada. La suerte de ahora es que tenemos móviles y nos
permiten intentar guardar ese instante pero, ¿y cuando el móvil no
nos llena? Comienza una relación difícil, de un más que probable
“bonito” amor-odio. Ese aparato lleno de botones quiere poner tu
tenacidad y perseverancia a prueba. Buscas tutoriales, cursos o
directamente aprietas botones y das prueba y error. No hay que
avergonzarse de esas primeras tomas, algunas seguro son las que
mantuvieron esa ilusión por proseguir. Una imagen que de repente te
traslada a un punto desconocido. Un lugar donde encuentras tu sitio
particular, dejar un trocito de ti mientras te aporta un crecimiento.
Prosigues, pruebas estilos y disciplinas. Unas te hacen sentir más
cómod@, te dejan fluir la imaginación. Otras te atascan o aún no es
el momento de profundizar en ellas. Vamos a quedarnos en esas que
están despertando la curiosidad.

Van pasando los años, nuestras tarjetas se llenan de instantáneas.
Almacenamos instantes, en los que vamos plasmando vivencias. Cada
toma nos cuenta algo o al menos así lo intentamos. Y poco a poco lo
logramos.
Llega un punto en que nos hacemos con un asiento frente al
ordenador. El procesado, leemos de todo. Críticas, alabanzas,
procesos necesarios, purismos. Al igual que los estilos, otro paso que
dar como se quiera, como nos aporte, como nos ayude a expresarnos.

Continuamos sacando fotos pero sin mucha motivación, nuestras
vidas atraviesan momentos duros. Continuamos llenando tarjetas,
Nuestras vidas continúan atravesando esos momentos. Continuamos
con esos momentos, la cámara está en un cajón.
¿Enrevesado? Los momentos duros nos pueden hacer querer parar
todo, pero… ¿y si los filtramos mediante el objetivo de nuestras
cámaras?
Bajamos las escaleras, el viento sopla fuerte. Es febrero y el frio y la
humedad en la costa se nota aún. Llegas a un punto de la playa donde
más o menos el encuadre te parece atractivo, despliegas el trípode y
comienza. Tu mente está centrada en ese encuadre del que
hablábamos. Comienzan a pasar por tu cabeza reglas de tercios y
fugas, quizás alguna foto que viste en la red, o simplemente una roca
que te está gustando pero que aún no te dice nada. Las nubes pintan
que hoy no veras colores, pero no ves otros grises. Comienza el
movimiento por la escena, recorres el lugar colocando de nuevo el
equipo.

 Esta vez algo te hace click, la toma te gusta, quizás luego no
llegue a más, pero te gusta allí frente a las olas. Congelas tres cuatro,
cinco disparos más. Aparece a tu lado alguien con trípode e inquietud
por ver como se darán esas tomas del atardecer. Una breve
conversación y continúas cambiando parámetros, limpiando algún
cristal, y moviendo esa última rotula que adquiriste.
La luz se acaba y empiezas a recoger, vuelves a entablar conversación
con ese compañero que has conocido e intercambiáis perfiles en las
redes. Regresas al coche y tu cabeza está completamente llena-vacía.
De repente ves que has solucionado esos grises o que directamente
los sabes gestionar sin más problemas.
Evolucionamos, proseguimos. Nos vemos de nuevo en esa montaña
rusa de sensaciones al ver de nuevo imágenes que nos cautivan tras
el visor.
Un momento, tus fotos no siguen aquel cánon de reglas que
mostraban tus trabajos los primeros años. ¿Dónde están esos
primeros planos y tonos llamativos?

Vistes ahora con pantalones de montaña y un viejo goretex, tu
mochila ha dejado de ser aquella llena de gadgets, y cargas sólo un
trozo pan, jamón, queso y la bota vino; a los cuales acompaña una
pequeña compacta que te permite hacer algunos ajustes manuales.
Tus encuadres son cerrados, minimizas el detalle y ves justificado tu
falta de color por un destello de luz que te llena de vida el momento.
Tu mochila es mas ligera y tu día a día se ha convertido en un vaivén
de rutinas.
Tus tarjetas siguen llenándose de forma pausada pero con imágenes
a las que les vuelcas más personalidad. Tus inquietudes han seguido
caminando, y por el camino quedaron atrás diferentes estilos, pero
también has retrocedido, recuperado aquello que dejaste pendiente,
o que creíste se merecía un segunda oportunidad.
Nuestra cámara, esa que tanto nos ha aportado, decide un día
apagarse o no puede darnos esas nuevas necesidades que con el
tiempo hemos llegado a necesitar. Llega como ese nuevo flechazo a
tu equipo la nueva integrante, y te embarcas en nuevos proyectos.
Hemos cambiado de trabajos, parejas, residencias; nuestras
memorias siguen almacenando instantes personales. Nuestros
trabajos les dan un matiz, una forma de ver esos cambios, ¿o es al
revés?.

Revisamos sentados en el sofá de nuestra casa, estamos solos y
cansados del trabajo, pero una foto del sábado aún nos ronda para
ser editada. Hemos montado nuestro rincón en casa, difícil usarlo,
pues las pequeñas de la casa tienen su partida de minecraft ya
empezada, pero en un despiste vuelve a ser nuestro. Llegas a la cama
de ese hotel de carretera donde residirás durante unas semanas por
trabajo y sacas el portátil. Aquella mesa esquinada, en aquel bar de
ambiente irlandés de Ferrol te parece un buen lugar donde repasar la
sesión de hide de hace un mes y que con el trajín de los sucesos
familiares y laborales por tierras gallegas, aún no habías podido
revisar.
La montaña rusa del día a día pasa por un trayecto rápido de
tirabuzones o loopings y salir a algún lugar con nuestra cámara no es
una opción viable. Nuestras fotos están almacenadas en discos y
tarjetas, y nos hacen rememorar instantes, nos pueden proporcionar
ese salir de sucesos acumulados de los últimos tirabuzones.
Retomamos una sesión de hace 3 años lejos de donde estamos ahora.
Nos encontramos en un fin de semana por la capital española, ciudad,
no suele ser el lugar que mas paseas con cámara, pero nunca te dejas
parte del equipo cuando te mueves. Repasas y repasas y te ves
absorto en esos instantes por el parque del retiro en otoño,
recordando las risas entre amigos. Esa velocidad que sentías se
convirtió en algunas bonitas imágenes lejos de las llamadas zona de
confort, pero es que quizás el confort sea tu cámara, aunque de eso
podríamos hablar en otra ocasión. De repente tienes media docena
de imágenes procesadas y dispuestas a ser pasadas a tu smartphone
donde habitualmente llevas un breve portfolio. La montaña rusa ha
cogido una vía recta por unas horas, lenta y tranquila para, y puedes
cambiar de atracción. Curioso como la velocidad es filtrada.

La luz siempre me llamo la atención y la curiosidad por capturar un
reflejo de ella fue siempre otro ápice de mi mente para abstraerse y
decorar el día a día. Tras más de 10 años con esta pasión, se ha
convertido en filtro de emociones donde plasmar instantes y dejar
correr diferentes alegrías e infortunios. Una relación estrecha y
respetuosa donde siempre somos sinceros, me une al arte de la
fotografía. La mente necesita filtrar emociones, y a través de un visor
he llegado a la conclusión que es una de las mejores maneras.

Iván Antolín

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